Las ruralidades: algunas pistas para cuestionar el modelo.

A través de la marcha de campesinos y campesinas en Paillaco se visibilizan muchas problemáticas, que dada la masividad que han tenido las manifestaciones en las ciudades pareciera que lo rural pierde importancia o pasa a un segundo plano. Sin embargo, quizás a la luz de cambio de modelo que ha manifestado la ciudadanía desde el 18 de octubre, pareciera ser que el mundo campesino siempre nos ha dado luces o pistas del desarrollo que deberíamos apuntar a construir.
Por Natalia Vernal Hurtado
El día 27 de noviembre agricultores y agricultoras de la ciudad de Paillaco, Región de los Ríos, se encontraron en la plaza central del pueblo junto con sus animales e instrumentos de trabajo en apoyo a las demandas sociales consignadas desde el estallido social, haciendo énfasis en los problemas que más afectan sus modos de vida y mostrándonos que lo rural, aunque pareciera ser muchas veces invisibilizado por las demandas y concentraciones urbanas, está ahí y tiene mucho que decir. La consigna de la marcha era: ¡Por la dignidad del campesinado paillaquino y chileno, a no bajar los brazos! ¡No al TPP-11!
Hoy en día, según datos del Censo 2017, la población rural alcanza a 2.149.469 personas, lo que representa el 12,2% del total, al mismo tiempo ocupa el 80% del territorio nacional1. ¿Cuál es la importancia de lo rural? Pareciera que simbólicamente Chile se ha construido a partir de lo rural, la mayoría de nuestro patrimonio institucionalizado que fundamentan las bases de nuestro imaginario Estado-Nación provienen de lo rural, como, por ejemplo, bailes y juegos típicos, comidas, los paisajes usados en turismo, así como nuestros recursos primarios son pertenecientes a lo rural. Sin embargo, a la luz de lo simbólico, pareciera que están deshabitados, o que nadie tiene apropiación sobre esos territorios ni menos poder de decisión sobre ellos, son una fotografía del mismo lugar de hace 100 o 50 años atrás.
La ruralidad también es absorbida por la dimensión productiva, relacionada con la explotación de la minería, la agricultura, la pesca industrial, la plantación forestal, industrias que han depredado los territorios libremente y en las cuales no se ha considerado la participación de sus habitantes, generando una amplia gama de “externalidades”, que provocan esta dicotomía propia del capitalismo entre progreso y desarrollo. Sin embargo, lo rural va mucho más de su ámbito productivo o paisajístico, involucra una serie de modos de vida y de habitar el territorio que generalmente han sido dejadas de lado, de características muy diversas y complejas, con temporalidades diferentes. Es un territorio que a pesar de estas características extractivistas se nos presenta también con múltiples alternativas para la superación del sistema económico social cultural y político del país.
En este mismo sentido, esta separación que se presenta entre lo rural y lo urbano también tiene que ser cuestionada. Primero, porque pareciera que todo lo que no es urbano, es rural, y esa masa extremadamente heterogénea que no cabe dentro de lo urbano lo calificamos de rural, manteniendo, de ese modo, esa asimetría de poder (de lo que no sabemos ni comprender ni distinguir) y por otro lado no pudiendo abarcar la diversidad de lo rural, impidiéndonos dialogar con todas las ruralidades presentes en nuestro territorio.
Segundo, porque esta facilidad de urbanizar muchos territorios a través de la extensión de los límites urbanos de las ciudades, que, en el contexto local, parecieran ser más bien líneas imaginarias que separan arbitrariamente lo urbano de lo rural (según Ley General de Urbanismo y Construcciones), no dando cuenta de características culturales, sociales y económicas de un territorio más diverso que sólo dos caracterizaciones. Incluso la misma OCDE, organización a la que Chile pertenece hace nueve años, propone una distinción, incluyendo otras categorías que permiten complejizar los territorios y dar una respuesta en política pública que se adecue más a cada una de sus necesidades. Este punto, debate viejo, ya fue incluido en la política nacional de desarrollo rural del año 2014, pero hasta la fecha los avances parecen insuficientes. Seguimos entendiendo lo rural como lo no urbano y al parecer, nada más.
Por otra parte, en términos de indicadores de desarrollo y desigualdad lo rural siempre es el territorio más afectada: duplica los indicadores de pobreza de la CASEN2 con un 22,1%, cuando en lo urbano es de un 10,2%, del mismo modo con la pobreza extrema (7%). El acceso a servicios básicos es dramático: del casi 1.500.000 personas que no tienen acceso a estos servicios (agua y alcantarillado), por otra parte, siete de cada diez viviendas son de hogares rurales. Más aún, el 47,2% de viviendas rurales no tiene acceso a una red pública de agua3. Hablando de otros servicios, las limitaciones de las comunicaciones, no sólo de red de internet, también de señal abierta de televisión. Pareciera paradójico estar hablando de señal digital cuando hay sectores rurales extremos del país que jamás tuvieron acceso a lo análogo y . También en la construcción de vivienda, aunque existe el subsidio rural, muchas veces es difícil encontrar empresas que accedan a esos lugares y se hagan cargo de las construcciones, sumado a la escasa participación que tiene SERVIU como fiscalizador de cada proceso. En general se ha enfocado “el desarrollo” hacia nichos de mercado que seguramente abundan (demanda) olvidando que ese desarrollo sólo se conseguirá mediante el reconocimiento de la complejidad de lo territorial, los vínculos e interacciones entre los distintos territorios. Entendiendo que son distintos, las estrategias son distintas pero el desarrollo tiene que ser equitativo para todos ellos.
A través de la marcha de campesinos y campesinas en Paillaco se visibilizan muchas problemáticas, que dada la masividad que han tenido las manifestaciones en las ciudades pareciera que lo rural pierde importancia o pasa a un segundo plano. Sin embargo, quizás a la luz de cambio de modelo que ha manifestado la ciudadanía desde el 18 de octubre, pareciera ser que el mundo campesino siempre nos ha dado luces o pistas del desarrollo que deberíamos apuntar a construir. Sin caer en la romantización del campesinado o lo rural, muchos movimientos de resistencia contra el mercado y el modelo económico, social y cultural que tenemos, han comenzado desde allí, de la defensa del agua en Petorca, la protección de las semillas y el desarrollo de las mujeres de ANAMURI, la resistencia contra la las grandes hidroeléctricas y sus líneas de transmisión de la Patagonia y el sur de Chile, por nombrar sólo algunos. Los cuales no fueron sólo un cuestionamiento a las formas de extracción-producción y consumo de recursos humanos y naturales que habitualmente tenemos como Estado, privados y también como ciudadanía, si no una respuesta a la amenaza directa que significó modificar sus modos de vida y su relación con la naturaleza.
¿No deberíamos también, entonces cuestionarnos el modo de vida urbano que es cuna, espacio de producción y reproducción del neoliberalismo globalizado? Quizás, sí partimos observando y construyendo desde allí, de esos espacios de resistencia, de lo local, también podamos alcanzar un desarrollo más equitativo para todos y todas.

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