Según el Informe 2016 de la Fiscalía, existen 425 barrios críticos en el país en los que reina la “narcocultura”. La narcocultura estaría relacionada con “el tráfico de armas, el secuestro, la extorsión, el robo y la explotación sexual en los barrios” según el párroco Walker, en un reportaje del diario El Mercurio[1].
Frente al inminente surgimiento académico, político y periodístico del concepto de la narco-cultura, se pueden hacer dos lecturas de enfoque simultáneas:
El concepto de Narco Cultura, que ha emergido en el debate periodístico en las últimas semanas, esboza un esfuerzo de la prensa en hacer una radiografía “objetiva” y “científica” al documentar los comportamientos anómicos, ilegítimos y delictuales, de amplias masas precarizadas que viven en las ciudades, y que han sucumbido moralmente uniéndose al negocio de la droga. Los reportajes no escatiman en dar detalles de la vida de quienes se han unido al mundo de la droga. De hecho, uno de los titulares del diario El Mercurio recrea la situación: “Lujos, creencias y jerarquía: Lo que se vive al interior de las bandas dedicadas a las drogas”, y a lo largo del reportaje se describe el fenómeno como una enfermedad que se va contagiando en los barrios.
Así la cultura del narco se caracterizaría por ser una institución ilegal, que se sustenta en clanes familiares, de estructura piramidal. En la base de dicha institución están los “soldados”; niños reclutados desde los 14 años encargados de vender e informar a eslabones superiores. También en la misma base de la pirámide se encuentran los centros de acopio, los puntos de venta y en la cabecera piramidal se ubica el líder narco.
Así esta cultura del narco, organizada y sin institución legítima que le haga el contrapeso en los barrios, es caracterizada y fetichizada como un lugar de exóticas tradiciones y gustos, ajena a cualquier cultura que se haya visto hoy en los ciudadanos comunes y corrientes del resto de las ciudades. Se los caracteriza como devotos a la virgen, que viven el día a día, capaces de delatar a sus propios familiares, pero no así al líder narco. De gustos extravagantes como la hípica, los autos, la ropa de lujo, se los categoriza y demoniza.
Sin embargo, se pasa por alto, que la narcocultura emerge en barrios donde vemos un “Estado intermitente, un repliegue de las organizaciones de base, una ausencia de inversión privada y el deterioro de esa vida en comunidad”, como planteó el sacerdote Walker, desde ahí deviene el segundo enfoque de la situación.
La mencionada narco cultura tiene una profunda raíz, arraigada en un Estado ausente, y en la desertificación Institucional en todas las escalas. Donde derechos como educación, salud, vivienda, no están garantizados. Y más aún, en una sociedad como la chilena, donde el estatus social se da por el consumo, no es de extrañar que se expanda rápidamente.
La narco cultura existe sólo gracias al Estado, por su omisión y también por sus desinversiones en dichos barrios. La narco cultura es una institución ilegal, que viene a suplir el rol del Estado, entregando empleos, dinero, cultura, fiesta, ayudando a los vecinos más necesitados.
Es entonces el Estado, a través de su negativa de entrar a estos barrios, quien no solo propicia el surgimiento de instituciones paralelas, sino además, ha sido el factor determinante de su expansión y configuración actual, forjando así geografías liberadas al mercado ilegal.
Se ha documentado que con el objetivo de gobernar, se introdujo la droga en la década de los 80´s de la mano de agentes de la CNI, a las poblaciones de Santiago, con el fin de desactivarlas políticamente.
Pero más cruel es lo que ha ocurrido décadas posteriores en la llamada “alegría ya viene”, tal como destaca Matías Dewey, el éxito que tienen los grupos criminales en los barrios no se fundó apenas “en su destreza o capacidad logística sino en que han logrado relacionarse con ciertos sectores de un socio muy exclusivo: el Estado”[2].
Un claro ejemplo de lo narrado es el golpe noticioso entregado por el programa de televisión Informe Especial el pasado 1 de octubre del 2017. “Los tentáculos narcos en San Ramón” deja de manifiesto como el desarrollo del negocio narco, la diversificación y el fortalecimiento de los grupos criminales se conjuga con las prácticas políticas de funcionares insertos en la institución local.
Por ello, es primordial cuestionarse sí nuestros análisis se están enfocando desde la óptica correcta ¿es preciso hacer un circo mediático referente a la excéntrica cultura del narco, o mejor aún debemos enfocarnos en cómo el Estado abandonó a millones de personas en las periferias de las ciudades?