El cambio de paradigma a la hora de aprender, enseñar y planificar nuestro hábitat es evidente. Cada vez más y con mayor fuerza la vuelta del ciudadano hacia la toma de decisiones es inevitable. Sin embargo, la participación ciudadana es vista como un derecho a consulta en políticas, planes y programas, lo que se traduce en un gesto de buena crianza por parte de las instituciones, las cuales claramente tratan y tratarán siempre de frenar procesos de soberanía popular. Es así como existen ganas de comprender este movimiento de apropiación y educación ciudadana –el cual, si bien aún no trasciende a todos los espacios de la sociedad- progresivamente, ha ido levantando experiencias locales de aprendizaje.
Una de estas experiencias es lo acontecido entre los meses de noviembre y diciembre del año 2016 en la Villa Olímpica, tradicional barrio de la ciudad de Santiago que data de la década del 60, declarado recientemente como Zona Típica por el Consejo de Monumentos Nacionales. Su dirigencia, consciente de la responsabilidad que implicaba esta proclamación, en un contexto de debilitamiento de su tejido social y desconocimiento del valor patrimonial de su territorio por parte de la comunidad, trabajó en el proceso de co-creación de un dispositivo de activación barrial con el fin de instruirse y transmitir conocimientos sobre los derechos y deberes en torno al concepto de patrimonio. El producto de esta colaboración fue el juego de tablero Villapolis, definido tanto en sus contenidos, gráficas y nombre de manera conjunta entre la dirigencia de la Villa Olímpica, el Instituto de la Vivienda de la Universidad de Chile, Observatorio CITé y la ONG Hábitat y Territorio.
La co-creación, entendida como un proceso donde nuevas ideas son diseñadas en conjunto por y para las personas, permitió unir la academia y organizaciones de la sociedad civil con la comunidad, en una relación simétrica de trabajo, de cooperación y apoyo mutuo. Esto trajo consigo consecuencias beneficiosas, al menos a corto plazo, por un lado, para las instituciones y organizaciones, debido a la experiencia de un trabajo mancomunado fuera del aula y del espacio de investigación, disponiendo de todas las herramientas que entrega la academia al servicio de la comunidad. Pero además permitió atisbar que aún está la llama encendida de la organización, del diálogo y del enfrentamiento de ideas en los barrios, queriendo ser azuzada con el fin de generar procesos de cambios autónomos y locales. El dispositivo co-creado en esa dimensión avanzaría como chisquero encendiendo procesos de soberanía popular, pero a la vez, funcionaría como un quebrantador de jerarquías, buscando la paridad de los participantes en la ética de la otredad.
Como reflexión desde adentro se sostiene que la co-creación para el caso de Villapolis logró traer al presente de manera lúdica e ingeniosa aquel pasado regado de conocimiento popular, en el cual la autogestión y la autoeducación entregan más que una herramienta técnica, sino que también posibilidades de desarrollo a cada integrante de la comunidad, independiente de su edad, sexo u ocupación. Por otra parte, al jugar Villapolis, el concepto de patrimonio se vuelve cercano y comprensible para las personas, perdiendo ese velo de ininteligibilidad que las instituciones dedicadas al tema muchas veces confieren, llevándolo más allá de la lógica arquitectónica o monumental, para entenderlo desde su dimensión inmaterial y oculta, la cual refiere a historias, cotidianeidad y modos de habitar la ciudad.
Pero saliendo del cometido, no se debe nunca dejar de juzgar y evaluar el trabajo realizado con el fin de pulir, aún más, los medios por los cuales llegamos a la construcción de una ciudadanía empoderada, es decir, una ciudadanía que traspasa el nivel de la participación y avanza a la acción directa. Ante esto la co-creación debe posicionarse como un eslabón más del paradigma socio crítico, el cual busca transformar la realidad en post de la reivindicación del individuo sobre su hábitat. Si es así, entonces cabe preguntar: ¿y ahora qué?, ¿cuál es el segundo paso?, ¿debemos quedarnos solamente con la intervención puntual?, al parecer no. Entonces, tenemos que tomar el dispositivo y transformarlo en uno nuevo que nos permita dar pie a trabajar sobre los desafíos que aparecen. Y eso es lo interesante de la co-creación, la maleabilidad del proceso, la participación de diferentes actores, el diálogo cruzado que se genera, el surgimiento de un conocimiento que se alimenta tanto del saber local como el de “expertos”, en conexión con el contexto, sin perder su valor de innovación.
La experiencia de Villapolis es una de las tantas que se están gestando, ya sea en los intersticios de las grandes metrópolis, en ciudades intermedias, como en los territorios rurales y que aún no conocemos, pero queremos que sean más. El desafío es que estas experiencias se posicionen, que la co-creación como vehículo permita avanzar hacia la autonomía del hábitat, por medio del ejercicio de derechos políticos intrínsecos en los habitantes, desmembrando las relaciones de poder, las cuales no permiten ejercer un pleno derecho a la ciudad, y que en este caso es representado en la reflexión, enseñanza y conocimiento del patrimonio y la valoración de la Villa Olímpica como Zona Típica.
Por Pedro Palma Calorio
Geógrafo y Estudiante Magister MDU, Co-fundador ONG Observatorio CITé.