Un desierto de comida se define como un área que se encuentra desprovista e una oferta alimentaria formal y la oferta que existe no es saludable. A lo último se suma la existencia de un patrón de consumo y perfil de la población que para algunos autores enfatizaría la escasez, en general hogares con poco poder adquisitivo y/o solvencia crediticia.
Por Gricel Labbé y Pedro Palma
Hace unos días atrás, los repartidores de comida de aplicaciones que se enmarcan en la lógica de los gig economy (economía de los pequeños encargos) como UBER, Rappi, ¡Pedidos Ya!, hicieron un llamado a sus colegas, frente a las nulas garantías y seguridad social que entregan sus empleadores. Pidieron rellenar una cartografía digital respecto a los lugares que perciben como peligrosos para los repartos.
Fuente: Mapa colaborativo trabajadores de aplicaciones, 2018.
Al comparar la imagen construida por los repartidores versus la información aportada por CIPER, es posible observar la similitud entre las zonas tachadas y las poblaciones y/o barrios críticos detectados por éste. Estas áreas que cargan con un estigma territorial son reconocidas por concentrar población estructuralmente pobre, ser áreas de homogeneidad social y donde confluyen patologías urbanas y sociales (embarazo adolescente, drogadicción, violencia intrafamiliar, etc.).
Fuente: Centro de Investigación e Información Periodística, CIPER, 2012.
Pero la cartografía realizada por los motoboy invita a generar una reflexión más profunda, y la cual al menos desde el sur global, se ha ido dando de manera fragmentada y aislada. Esta reflexión (por cierto, incómoda para aquellos eruditos que creen aún que estos espacios estructuralmente vulnerables, son construidos por el destino y transcurso natural de los espacios sociales) tiene que ver con vislumbrar la construcción de geografías institucionales puntuales y reconocibles que afectan de manera positiva o negativa a las comunidades.
A priori, y de manera general, se extrae de la cartografía que existen vastas zonas en Santiago que supuestamente se encuentran desprovistas de deliverys o repartos a domicilios, se hipotetiza que es debido al miedo, que tiene los repartidores, a sufrir episodios de violencia al entrar, permanecer o salir de ellas. Estas áreas han sido catalogadas con un sinfín de adjetivos tanto académica, periodística y policialmente las cuales van desde; zonas ocupadas, zonas marginales, zonas rojas, etc., las cuales visibilizarían los efectos dejados por la concentración de pobres en un sector.
Desde la teoría de la geografía institucional, podríamos advertir con la imagen la existencia de una serie de instituciones las cuales pueden estar o no estar en los territorios y ejercen un control en la vida de los residentes de estas zonas. En este contexto, y abarcando solo la línea de la provisión de alimentos de los barrios, desde la teoría se catalogan estas zonas como food desert “desiertos de comida y/o alimentación”.
Un desierto de comida se define como un área que se encuentra desprovista de una oferta alimentaria formal y la oferta que existe no es saludable. A lo último se suma la existencia de un patrón de consumo y perfil de la población que para algunos autores enfatizaría la escasez, en general hogares con poco poder adquisitivo y/o solvencia crediticia.
En la misma línea, la crisis de acceso a alimentos genera también una crisis de salud pública. Según estudios enmarcados en la geografía de la salud, existe una relación entre la oferta alimentaría a la cual accede la población de estas zonas desfavorecidas y las enfermedades producidas por el consumo de comida no saludable, ya que generalmente en estos sectores existe una amplia oferta catalogada como “informal” de productos no saludables como los denominados coloquialmente “carritos de comida chatarra”.
Ahora bien, las poblaciones destacadas en la cartografía no sólo carecen de deliverys, sino que existe una serie de instituciones tanto públicas como privadas que niegan entrar a los territorios, debido a que existe una abstención electoral importante por lo cual estos no aportan réditos políticos, la población no es solvente económicamente, y existe un imaginario construido de miedo, inseguridad, delincuencia.
Sin embargo, y algo que no ha sido evidenciado en los trabajos de los desiertos de comida, tiene que ver con las estrategias a las cuales recurren los residentes de estas geografías desfavorecidas, creando frentes de autogestión y colaboración. Si bien en muchos casos las ferias libres y los carros de comida, cumplen una doble función (abastecer de alimentos y trabajo) no son la única herramienta utilizada reconocible. Existen otros mecanismos de cooperación no formales, tales como; los almacenes colaborativos, comprando juntos, entre otros, quienes a través de la organización buscan suplir el acceso a comida “saludable”.
Gricel Labbé y Pedro Palma
Gricel Labbé y Pedro Palma, Magíster de Desarrollo Urbano (PUC) y Geógrafa (UdeChile).