Catalina Loren S.
El pasado viernes 11 de enero, después de dos años de remodelación, fue reinaugurado el Jardín Japonés ubicado en el Parque Metropolitano de Santiago, el cual fue ampliado aumentando su superficie e incluyendo nuevas atracciones tales como senderos, escaleras y lagunas. Su apertura, sin embargo, abrió un debate interesante respecto al rol que cumple la planificación urbana respecto a usos y hábitos que se desarrollan en el espacio público, dado que muchos de los visitantes utilizaron sus dependencias por medio de prácticas que “no respetaban la vocación de este espacio”, en opinión de Juan Manuel Gálvez, el arquitecto a cargo de este proyecto.
A partir de estos comentarios el Ministro de Vivienda y Urbanismo, Cristián Monckeberg, respaldó esta idea señalando que se debe enseñar y formar a las familias visitantes respecto cómo cuidar el parque, dado que ha existido un uso distinto al adecuado, debiendo entender que hay ciertos usos asociados al espacio, donde actividades tales como jugar, hacer picnic o bañarse pueden realizarse en otras dependencias del Parquemet, porque el Jardín Japonés está destinado a la meditación y contemplación. Sin considerar, además, que muchas de estas dependencias exigen el pago de una entrada, excluyendo así a los visitantes que no tienen la capacidad de costearla y alejando así el sentido público asociado a estos espacios.
Frente a estas declaraciones surgen diversos cuestionamientos respecto al rol civilizatorio que tendrían las autoridades a cargo de temas urbanos y profesionales vinculados a proyectos realizados en la ciudad, planificando y construyendo en función de ideales, y no a partir de usos habituales del espacio y requerimientos de la población. En relación a este caso, el antropólogo Miguel Pérez señala que “la vocación de los espacios de la ciudad nunca es definida a priori, que los que deciden cuál es su uso y vocación son los mismos usuarios. Uno puede dar directrices, pero nunca anticipar cuáles van a ser sus usos».
Es así como esta discusión nos hace recordar un elemento propio de la cultura chilena, que ha estado arraigado desde los albores de nuestro país, el cual logra ser reflejado a través del concepto de derrotismo cultural señalado por Pérez, e ilustrado de manera brillante si revisamos el pensamiento de Diego Portales. Este político chileno que desempeñó un importante papel en la constitución del Estado chileno planteaba en 1822 que “la Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República”, manifestando así la necesidad de “enderezar” a los ciudadanos en el camino del orden y virtud, para posteriormente desarrollar un gobierno libre y con ideales, donde sus ciudadanos sean parte.
De esta manera es como podemos observar que esta lógica de pensamiento ha logrado permanecer hasta nuestros días, viéndolo resumido en la frase “Es que Chile no está preparado” frente a cualquier proyecto que se quiera implementar, o con el caso del Jardín Japonés, donde se castigan los modos de apropiación del espacio público ya que no se ajustan a los ideales y expectativas de planificadores urbanos, revelando así una muy baja valoración de lo local, de lo que es propio y ya existe, como es una experiencia sensorial directa y caracterizada por el tacto de la cultura latina sobre los territorios habitados, que permiten establecer una relación entre las personas y el mundo, mediada por el espacio y bajo sus propias lógicas culturales (Giglia, 2012).
En este sentido se vuelve necesario considerar las ideas de Giglia (2017) quien plantea que es muy peligroso el determinismo espacial que se sigue recreando al intervenir los espacios públicos en distintas ciudades actualmente, en donde se pretende moldear e intencionar determinados usos del espacio en los ciudadanos a partir del diseño arquitectónico y el mejoramiento físico de sus entornos. Planificar y proyectar los espacios públicos bajo esta lógica hace no considerar elementos esenciales al momento de pensar los lugares habitados, como son la memoria, significados atribuidos a ellos y usos previos que se desarrollen. De este modo, al imponer reglas de uso en los espacios colectivos, estableciendo lo que es adecuado y permitente, niega componentes como la creatividad e imaginación asociada a éstos, olvidando así usos locales, tradicionales o emergentes. A su vez, se problematiza la crisis de sociabilidad por la que atraviesan las ciudades hoy en día, donde son cada vez menos los lugares de encuentro e intercambio entre las sub-culturas urbanas que coexisten, desarrollando así espacios segregados y degradados que no están preparados para la presencia de individuos cada vez más diversificados, móviles y con prácticas de uso, apropiación y significación impredecibles (Giglia, 2012).
El caso del Jardín Japonés se presenta como una situación ideal para replantearnos las lógicas y modos bajo los cuales se está planificando y construyendo la ciudad, donde queda de manifiesto el desafío de vincular de manera adecuada las intervenciones urbanas con el sentir de los habitantes, sus modos de vida, requerimientos y deseos. En este sentido, creemos que el abrir el diálogo ciudadano, generar el encuentro y aplicar metodologías de diseño participativas e innovadoras se vuelve un requisito esencial en la actualidad para trabajar de modo colaborativo en los espacios públicos, los cuales deben ser creados y recreados por todos y todas, respetando así su derecho a la ciudad.
Referencias
Ferrer, C. (16 de enero de 2019). El masivo debut del Jardín Japonés: Análisis al «uso distinto a lo adecuado» del parque en su primer fin de semana. EMOL.
Giglia, Á. (2012). Cultura, cultura urbana y cultura metropolitana. En Á. Giglia, El habitar y la cultura. Pespectivas teóricas y de investigación (págs. 45-63). Barcelona: Anthropos.
Giglia, Á. (2017). Espacio publico, sociabilidad y orden urbano. Cuestión Urbana, 15-28.